EL BARRIO COMO PELIGRO. JUVENTUD, MIGRACIÓN Y DESIGUALDAD ESPACIAL EN UN BARRIO DEL GRAN BUENOS AIRES.

Verónica Hendel (Investigadora asistente y docente, CONICET-UNLu-UBA) Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

RESUMEN:

Este escrito tiene como objetivo contribuir al debate sobre el vínculo entre el orden socio-espacial y la experiencia y el conocimiento construidos a partir de prácticas que dan forma a ciertos modos de "habitar" la ciudad (Ingold, 2007; Duhau y Giglia, 2008) entre jóvenes que forman parte de familias que han migrado desde países cercanos y residen actualmente en un barrio ubicado en el noroeste del Gran Buenos Aires. En este trabajo retomamos hipótesis elaboradas en otros escritos (Hendel, 2018, 2019) en torno a las formas en que la ciudad es experimentada, apropiada y disputada por jóvenes que habitan barrios que condensan profundas desigualdades de distinto tipo y cómo esas experiencias se relacionan con sus procesos de identificación. En este sentido, pretendemos profundizar el análisis de las formas en que ciertos espacios (específicamente, la escuela y la calle) producen y reproducen diferencias y desigualdades socio-espaciales y simbólicas, que se entrecruzan con las formas en que los sujetos se apropian, habitan y disputan esos espacios. Para ello, reconstruiremos y analizaremos las experiencias del espacio urbano de un grupo de jóvenes, a partir de los registros del trabajo de campo etnográfico, las entrevistas en profundidad que hemos realizado en los últimos años y el análisis de narrativas cartográficas elaboradas por ellos elaboradas.

PALABRAS CLAVE: ciudad – jóvenes migrantes – cartografía – desigualdad - violencias

 

THE NEIGHBORHOOD AS DANGER.

YOUTH, MIGRATION AND SPATIAL INEQUALITY IN A NEIGHBORHOOD OF GREATER BUENOS AIRES.

ABSTRACT:

This paper aims to contribute to the debate on the link between the socio-spatial order and the experience and knowledge built from practices that shape certain ways of "inhabiting" the city (Ingold, 2007; Duhau and Giglia, 2008 ) among young people who are part of families that have migrated from nearby countries and currently reside in a neighborhood located in the northwest of Greater Buenos Aires. In this work we return to hypotheses elaborated in other writings (Hendel, 2018, 2019) about the ways in which the city is experienced, appropriate and disputed by young people who inhabit neighborhoods that condense deep inequalities of different kinds and how these experiences are related with their identification processes. In this sense, we intend to deepen the analysis of the ways in which certain spaces (specifically, the school and the street) produce and reproduce socio-spatial and symbolic differences and inequalities, which intersect with the ways in which subjects appropriate, inhabit and they dispute those spaces. To do this, we will reconstruct and analyze the experiences of the urban space of a group of young people, based on the records of the ethnographic fieldwork, the in-depth interviews that we have carried out in recent years and the analysis of cartographic narratives prepared by them.

KEY WORDS: City - Young Migrants – Cartography – Inequality- Violence

 

1. INTRODUCCIÓN

“¿Por qué en Ciudadela y en otros lados algunos no podemos caminar seguros?”, se pregunta una estudiante en medio de una clase de Historia. La propuesta de la docente es investigar sobre la historia del barrio, sin embargo, a los adolescentes les interesa el presente: ¿Cómo es que el barrio llegó a ser lo que es?

En la escuela a la que asisten los jóvenes que protagonizan esta investigación suele decirse que el barrio donde está ubicada constituye “un lugar olvidado del distrito”, del que “nadie se preocupa desde hace muchas décadas”. También es conocido como una “Bolivia en chiquito” por su proximidad con el barrio porteño de Liniers y por el alto porcentaje de población proveniente de países cercanos que lo habita. Los jóvenes no dudan en señalar que se trata de un territorio peligroso. Lugar de paso, de circulación, de comercio e intercambio. Ubicada a mitad de camino entre la estación de tren y la terminal de ómnibus de Liniers y la estación de tren de Ciudadela, el barrio se despliega ante la mirada de los jóvenes como un espacio diverso, heterogéneo, desigual e inseguro. Un territorio que alberga muchos otros: Ciudadela Norte, Ciudadela Sur, Villa de los Paraguayos, Fuerte Apache, Villa Herminia, Villa de los Rusos y Villa Matienzo, entre otros. Barrios que llevan en el nombre marcas étnicas, nacionales y de clase que nos remiten a formaciones de alteridad de raigambre histórica (Briones, 2005).

En este trabajo nos proponemos reflexionar acerca de cómo los jóvenes que asisten a una escuela secundaria estatal del partido de Tres de Febrero (Prov. de Buenos Aires) se conciben y narran a sí mismos en relación con sus experiencias de uno de los territorios que habitan: el barrio en el cual su escuela está ubicada. Se trata de experiencias de la ciudad que se encuentran fuertemente vinculadas a sus trayectorias de movilidad y a los proyectos migratorios familiares (Hendel, 2019). En ellas se expresan aspectos relevantes de sus formas de habitar, apropiarse y hacer la ciudad (Hall, 2015; Çağlar y Glick Schiller, 2018; Aceska et al, 2019). Formas que, como veremos, se encuentran atravesadas por procesos de identificación, desigualdades espaciales y violencias.

Este trabajo constituye un análisis preliminar de los resultados de una investigación en curso y, específicamente, de una experiencia de trabajo de campo etnográfico en una escuela secundaria estatal ubicada en el distrito de Tres de Febrero, provincia de Buenos Aires, Argentina. Es decir, se trata de pensar el barrio desde la escuela de la mano de un grupo de jóvenes de entre 17 y 18 años, que en su mayoría forman parte de familias que han migrado desde Bolivia, y con quienes hemos tenido la oportunidad de compartir múltiples situaciones dentro y fuera de la escuela. La investigación también ha incluido la producción de dispositivos visuales (ilustraciones, fotografías intervenidas y cartografías narrativas), la realización de entrevistas biográficas y la posibilidad de recorrer el barrio junto a ellos en diversas oportunidades.

Con el objetivo de contribuir al debate sobre el vínculo entre el orden socio-espacial y la experiencia y el conocimiento construidos a partir de prácticas que dan forma a ciertas modos de "habitar" la ciudad (Ingold, 2007; Duhau y Giglia, 2008), reflexionaremos acerca de los modos en los cuales la ciudad es experimentada, apropiada y disputada por los jóvenes en un barrio del Gran Buenos Aires.

2. SOBRE LOS JÓVENES, EL BARRIO Y LA MOVILIDAD

Este escrito parte de la propuesta de pensar la experiencia del barrio junto con un grupo de jóvenes que asisten a una escuela secundaria pública del noroeste del conurbano. Pensar junto con ellos supone un esfuerzo por tratar de ubicar en el centro del análisis sus experiencias y sus formas de narrarlas (incluso la posibilidad de expresarse acerca de aquello que aquí hemos escrito). Es decir, su experiencia del espacio vivido (Lefebvre, 2013). Con respecto a la forma en que estos jóvenes son nombrados y concebidos, cabe aclarar, que este trabajo se posiciona críticamente con respecto a lo que, en el campo de los estudios migratorios, se ha denominado “nacionalismo metodológico” y parte de la premisa de que los migrantes deben ser abordados como actores sociales que son parte integral de la creación de ciudades en la medida en que participan en la vida cotidiana de las mismas a través de diferentes y variadas formas (Glick Schiller, Caglar, 2018). Siguiendo a Mezzadra (2019), podemos decir que la ciudad es uno de los tantos lugares en los cuales los migrantes deben lidiar cotidianamente con una multiplicidad de fronteras: de carácter lingüístico y cultural en las calles, de índole legal en lo que respecta a su status jurídico y de acceso a la vivienda, entre otras.

Por otra parte, es necesario señalar que las trayectorias socioeducativas de la mayoría de estos jóvenes se caracteriza por la movilidad, es decir, por la experiencia de haber transitado a lo largo de sus vidas por múltiples territorios (Hendel, 2019).

La centralidad otorgada a la experiencia del territorio en este escrito no es un punto de partida. Se trata de una categoría construida a la luz del trabajo etnográfico que venimos desarrollando desde el año 2017, en diálogo con aquellos estudios que señalan que la relación que los migrantes (y no migrantes) entablan con su(s) territorio(s) permite entenderlo como un elemento clave en la construcción del sentido que ellos le dan al mundo que habitan (Lazo, 2012; Reyes Tovar, Martínez Ruiz, 2015). En este sentido, retomamos la categoría de “experiencia contemporánea de lo rural” que hemos desarrollado en investigaciones previas (Hendel, 2015, 2017, 2018), y la conjugamos con la noción de “experiencia metropolitana” que Duhau y Giglia (2008) desarrollan a partir de la noción de experiencia de Bourdin (2005), entendiendo por ella: tanto las prácticas como las representaciones que “hacen posible significar y vivir la metrópoli por parte de sujetos diferentes que residen en diferentes tipos de espacio. El concepto de experiencia alude a las muchas circunstancias de la vida cotidiana en la metrópoli y a las diversas relaciones posibles entre los sujetos y los lugares urbanos, a la variedad de usos y significados del espacio por parte de diferentes habitantes” (Duhau y Giglia, 2008: 21).

Los jóvenes de Ciudadela con los cuales compartimos espacios escolares y barriales, forman parte en su mayoría de familias provenientes de Bolivia (y, en menor medida, de Paraguay, Perú y Argentina). A diferencia de lo que sucede en otros contextos, donde ciertas transformaciones estructurales han incidido fuertemente sobre las definiciones de juventud que desde diversos ámbitos se han ido dando (instituciones, academia, imaginario social) (García Borrego, 2007) en la mayoría de estos jóvenes no es posible identificar una prolongación del periodo de formación (aunque sí en relación a las trayectorias educativas de sus padres), un alto porcentaje logra terminar de cursar la secundaria, no todos obtienen su título y son pocos los que continúan estudios superiores; tampoco es posible advertir en ellos un retraso en la incorporación plena al mercado laboral, ya que a partir de los 11/12 años muchos de ellos comienzan a ayudar a sus padres en actividades vinculadas al comercio (de frutas y verduras), la costura y el envasado de alimentos, y durante los últimos años de la secundaria combinan el estudio con el trabajo, en proporciones similares. En cambio, sí es posible advertir en ellos la incidencia del desarrollo de un mercado de consumo juvenil y adolescente, de gran relevancia simbólica como la música, las series, el calzado y la telefonía móvil.

Si bien en el campo de los estudios sobre jóvenes migrantes el hito de la migración entre países ha tendido a ser considerado como aquello que los define en tanto generación (incluso cuando muchos de ellos pueden no haber migrado), a lo largo de nuestra investigación hemos encontrado que una experiencia que los caracteriza es la de la múltiple movilidad, generalmente en el marco de proyectos migratorios familiares que implican el tránsito por diferentes ciudades de la Argentina, varios países y/o el retorno cíclico a Bolivia. Hallazgo que compartimos con colegas de otras provincias y que nos ha impulsado a comenzar a pensar a estos jóvenes desde sus experiencias del desplazamiento. Si bien en este escrito nos focalizaremos en la experiencia de un territorio en común, entendemos que la misma no puede comprenderse sin tener presente sus trayectorias de movilidad, en tanto instancias desde las cuales los procesos de identificación y de conocimiento del espacio tienen lugar. 

En este sentido, quisiéramos comenzar preguntándonos por las formas en las cuales los jóvenes de Ciudadela, que forman parte de familias que han migrado, dan cuenta de sus modos de experimentar el territorio en el cual su escuela, y en muchos casos sus hogares, se encuentran ubicados. En este sentido, este proyecto puede ser pensado como un intento de pensar el barrio “desde la escuela”.

3. SOBRE LAS FORMAS EN QUE LOS JÓVENES HABITAN Y HACEN LA CIUDAD.

Este trabajo parte de una afirmación realizada por un grupo de jóvenes: “Ciudadela es un lugar peligroso”. Intentar comprender cómo es que Ciudadela llegó a ser de este modo constituye el desafío de la investigación que junto con ellos estamos realizando. Este trabajo analiza algunos aspectos de la forma en que ellos han narrado, cartografiado y graficado su forma de vivir y habitar el espacio urbano. La noción de espacio vivido, que retomamos de Lefebvre (2013) resulta clave para abordar las experiencias de lo urbano de estos jóvenes, así como para explicitar la concepción del espacio como producción social que atraviesa nuestro análisis. 

Los jóvenes recorren el barrio de múltiples formas: de la parada del colectivo hasta llegar a la escuela, de la casa a la escuela, de la escuela al comercio donde trabajan, de la casa a la cancha de fútbol, de la tienda a la sociedad de fomento, etc. Las temporalidades de ese habitar también son diversas: hay quienes la recorren de día, de tarde, de noche, están quienes no pueden salir de noche y quienes se levantan al alba para trabajar, quienes permanecen largos ratos en la calle y quienes la transitan rápidamente. Están los que trabajan en la calle, en comercios que dan a la calle, en kioscos, verdulerías o haciendo repartos. También están quienes dicen no conocer el barrio, dando cuenta de lo efímero de su transitar. Por otra parte, en esos recorridos los límites formales del barrio, esos dibujados con regla y compás, se tornan difusos.

Desde sus orígenes, la historia de Ciudadela estuvo ligada a la del actual barrio porteño de Liniers. Lazos que perduran en los modos de habitar la zona, aun cuando el Estado y la “historia oficial” persistan en separarlos.

Para los jóvenes con los cuales investigamos, Ciudadela y Liniers se erigen en un continuo territorial de límites indefinidos. En diversos intercambios han dado cuenta, por un lado, de cierto “desconocimiento” de los límites oficiales o formales del barrio; por otra parte, de que sus actividades y afectos se despliegan a ambos lados de la General Paz:

Mi mamá trabaja en el mercado de Liniers (...) Yo trabajo en un local en Liniers que abrió en noviembre. Trabajo todos los días pero medio día, después de la escuela, y los sábados todo el día. Venden legumbres peruanas y bolivianas, y también venden arroz y fideos, aceites, esas cosas (Joven, 18 años, 2019).

Mientras las grandes narrativas tienden a presentar las ciudades como “divididas”, “duales” o “conflictivas”, sus habitantes las recorren, experimentan y se apropian de ellas a través de prácticas y discursos que emergen del “espacio vivido” (Lefebvre, 2013; Aceska et al,2019) y que no necesariamente responden a las metáforas que nos brindan el Estado y la academia. Este postulado no pretende minimizar la incidencia de aquello que dichas instituciones, los medios de comunicación y las redes sociales proponen a los jóvenes, sino que, en todo caso, apostamos a poner en el centro de este análisis aquello que los jóvenes hacen, es decir, las formas en las cuales se apropian de la ciudad y de sus múltiples historias. itorio habitado por querandíes, Ciudadela llevó primero el nombre de “Rancho de Castro” y “Villa Liniers”. La historia oficial de esta zona está íntimamente ligada a la presencia del ferrocarril y el ejército. Su fecha de fundación se remonta a diciembre de

1910, cuando se inauguró la estación del Ferrocarril Oeste, “con un servicio diario de 18 trenes a vapor” (Panizo, 1990). Por aquel entonces, Ciudadela formaba parte del partido de General San Martín, cuyos límites habían sido reconocidos varios años antes a través de la Ley N° 423 (1864)

El nombre del barrio lleva la marca ineludible de aquellos cuarteles que terminaron de construirse en 1902 y cuya presencia, según los historiadores locales, “activa la vida social y de relación del pueblo” (Panizo, 1990). Así como el ferrocarril, y posteriormente laTerminal de Ómnibus, harán de la zona un lugar de tránsito, los cuarteles también constituyen una “marca identitaria” y tendrán un rol protagónico en diversos periodos de la historia. Fundamentalmente, en cada golpe militar y, de un modo mucho más complejo, durante el terrorismo de Estado, cuando sus instalaciones serán utilizadas como centro clandestino de detención.

La otra marca del barrio la constituye la inmigración. Italiana y española, primero, paraguaya, boliviana y peruana, después. También china, coreana, senegalesa y venezolana. La proximidad de esta zona con el barrio de Liniers hace que desde la década de 1980 lo que predomine en el imaginario popular sea la presencia de las familias bolivianas, las cuales conforman más del 80% de la matrícula de la escuela en la cual investigamos

Los historiadores locales, sin embargo, se han empeñado en focalizar la mirada en la migración europea, silenciando la notable presencia de personas de otras latitudes y reproduciendo los discursos hegemónicos acerca de la existencia de una “migración positiva” y otra “negativa” (Pacceca, 2001). Este gesto, aparentemente menor, constituye un síntoma de un conjunto de procesos más complejos que atraviesan los modos en que los jóvenes experimentan la ciudad.

Si el Gran Buenos Aires es sinónimo de desigualdades urbanas, Ciudadela es uno de esos barrios en los cuales esas diferencias se agudizan hasta tornarse dramáticamente palpables en la vida cotidiana. Son muchos los trabajos que desde hace algunas décadas vienen complejizando el análisis socio-espacial de esta región de la Argentina que suele ocupar las tapas de los diarios y el horario central de los noticieros. Basta recorrer algunos titulares para cartografiar rápidamente aquello que los medios suelen dar a conocer sobre la zona

“Desarticularon un taller textil de Ciudadela por trata de personas” (vivieloeste.com, 12/07/2019)

“Secuestraron motocicletas robadas en un taller en barrio Ciudadela” (Crónica, 10/11/2018)

“Ciudadela: matan a mecánico tras querer robar un auto de su taller” (Popular, 24/09/2013)

“Ciudadela: la Policía maltrató y se burló de un joven por ser gay” (La Izquierda Diario, 11/01/2017)

“La Policía allanó tres talleres clandestinos en Ciudadela” (Noticias de Tres de Febrero, 21/10/2018)

“Conurbano caliente. Cae banda que gestionaba taller clandestino en Ciudadela: Más de 5 mil autopartes incautadas” (ANDigital, 17/01/2019)

En este escrito, sin embargo, nos interesa poner la mirada en los jóvenes y en la forma en que ellos experimentan, narran y cartografian este barrio del conurbano. Entendiendo este ejercicio como un gesto disruptivo que permite producir y visibilizar saberes y experiencias que suelen quedar por fuera de los debates públicos.

4. PENSAR EL BARRIO DESDE LA ESCUELA

P: Afuera es otro mundo

E: ¿Por qué?

 

P: No, porque acá no es lo mismo, porque acá prácticamente tenemos gente de casi todos los colores. Acá, en sí, hasta tenemos un negrito abajo, ¿no? Acá nos sentimos más cómodos, podemos hablar. Uno en sí, yo acá vengo, me siento tranquilo, jodo con los profesores, uno se puede expresar tranquilamente, pero en la calle no podés. (Entrevista a P., 18 años, 2018)

 

La joven, protagonista del corto, ingresa a un comercio de Liniers que vende juguetes

E: Hola. Buen día.

J: Hola. ¿Una tienda?

E: Sí, esto es una tienda.

J: No, una tienda donde pueda comprar...

E: ¿Qué buscabas?

J: Una tienda donde pueda comprar galletas.

E: Galletas...galletas tenés una panadería a dos cuadras.

J: No, no, donde hay galletas, dulces.

E: Eh, bueh, no es una tienda, un quiosco buscás (como perdiendo la paciencia). Un quiosco acá a la vuelta, acá a la vuelta está el quiosco, no sé (y se va a atender a otro cliente)

 

La escena intenta mostrar una situación de doble marcación. Por un lado, la selección de la palabra “galleta” tuvo un sentido explícito vinculado al deseo de mostrar cómo el personaje de la joven recién llegada de Bolivia “hablaba diferente”. Es decir, una diferencia que se despliega en el orden del hablar (“gaieta”/“gayeta” y “tienda”/“quiosco”) y que remite a los territorios conocidos/habitados por cada personaje. Los modos de hablar se entraman con los territorios dando forma a aquello que podríamos denominar “cartografías del habla”. Por otra parte, la escena muestra el carácter de “recién llegada” de la joven en su desconocimiento de la localización de los comercios en el barrio. Un desconocimiento del espacio barrial y del modo en el cual los comercios son nombrados. Desconocimiento que se traduce también en marcación y nos habla acerca de quiénes somos para los otros, de cómo nos ven,

En la calle siento que (...) te ven de una manera extraña, de forma rara (...) y así es como te empiezan a joder en la calle, te dicen cosas y tenés que actuar de otra manera. Por ejemplo, yo cuando estoy en la calle actúo de otra manera o pongo cara de molesto. Si alguien me dice algo ya reacciono mal. (Entrevista a P., 18 años, 2018)

Podríamos parafrasear a De Certeau y afirmar que la experiencia de la ciudad de los jóvenes con los que trabajamos comienza “al ras del suelo, con los pasos” (2007: 5). Los jóvenes caminan la ciudad, la habitan, la recorren y la experimentan con el cuerpo. La experiencia de la ciudad emerge así como una experiencia eminentemente corporal y, al mismo tiempo, de “extrañamiento” (Franzé, 2002), de sentirse otro, marcado, señalado, estigmatizado. En palabras de los jóvenes de “sentirse fuera de lugar” (registro agosto 2018). De las múltiples formas en que los jóvenes recorren y habitan la ciudad, aquello que prima en sus relatos sobre el barrio donde está emplazada la escuela es la sensación de peligro.

¿Por qué en Ciudadela y en otros lados algunos no podemos caminar seguros? He visto desde que vivo acá que a los bolivianos, los argentinos los tratan de sucios o lo usan como insulto al término boliviano. Ej: Esa boliviana de mxxxx" (Registro acerca de qué quiere investigar cada joven sobre su barrio, joven de 18 años, 2019)

La experiencia de la mirada de los otros en la calle puede pensarse como una de las múltiples formas en que las fronteras se hacen presente en el Gran Buenos Aires. Es el “nativo” señalándole al “extranjero” que no pertenece. Señalamiento que parte de un reconocimiento de los propios jóvenes como “otros”, que se basa en los rasgos y en el color de piel: “Siempre se escucha negro de m.” (Registro agosto 2018). La experiencia de la ciudad en el cuerpo, ese “ser en el mundo” (Merleau-Ponty, 1957), cuerpo-propio que tiene el poder de dotar de sentido a las cosas, cuerpo “tendido” a un mundo que lo señala como ajeno, extranjero, inferior. La calle-territorio, en tanto intersección de cuerpos en movimiento y campo de tensión, emerge para estos jóvenes como una experiencia de la frontera. Fronteras que se multiplican y proliferan dando forma a modos específicos de domesticación y movilización del espacio (Balibar, 1992; Mbembe, 2008).

La experiencia de la calle surge, a su vez, como contracara de la experiencia de la escuela, dando forma a un binomio espacial asociado al “sentirse integrado” o, más sencillamente, cómodo. Quiere decir que la calle, entonces, parecería ser el lugar de la incomodidad, la tensión y, como veremos, el peligro.

5. De la inseguridad a la violencia institucional

¿Por qué lxs jóvenes describen, perciben y experimentan a su barrio como un lugar peligroso? En el comienzo de esta investigación, lxs jóvenes identificaron el sentido de ese peligro con la inseguridad, especialmente con la posibilidad de “ser robados”. Algunos de ellos graficaron ese “peligro” con imágenes y palabras o frases que aluden a cosas, lugares, actividades, sentimientos y emociones, tales como: “autoestima, castigos, maleducado, no son nada, ofender, daño, culpa, discriminación”, entre otros.

Estas inquietudes de los estudiantes en torno a su experiencia de la ciudad nos llevaron a pensar la(s) violencia(s) en el barrio y en ese recorrido emergió la categoría de “violencia institucional”. Concepto que sugirió una estudiante en medio de un intercambio áulico, cuyo significado desconocían pero que, una vez aclarado, abrió las puertas a otro tipo de experiencias urbanas que hasta ahora no habían compartido: la violencia ejercida hacia ellos en la calle por las fuerzas de seguridad. En este sentido, el concepto de violencia institucional, entendido como “todo acto arbitrario o ilegítimo de la fuerza, ejercido o permitido por las reparticiones del Estado” (CPM, 2018), nos brindó otra lente de análisis y permitió a los jóvenes identificar e historizar diferentes violencias estatales que se despliegan en el espacio urbano, así como reflexionar sobre sus efectos y sus responsables. 

En este apartado, realizaremos un primer análisis de estas violencias a partir de dimensiones que surgieron en el marco de un ejercicio de mapeo, registro visual y producción de cartografías narrativas (Caquard y Cartwright, 2014) individuales y colectivas realizado por los jóvenes en la escuela y fuera de ella. Partiendo de la premisa de que “hay tantos espacios como experiencias espaciales distintas” (Merleau-Ponty, 1976), entendemos que las cartografías de estos jóvenes expresan o ponen en acto algunas de esas experiencias que, en este caso, tienden a estar atravesadas por situaciones de violencia o peligro. En estas producciones observamos que en las descripciones del espacio urbano prima la forma del mapa o del recorrido, aspecto analizado en otro contexto por C. Linde y W. Labov (1975) y retomado, posteriormente, por M. De Certeau (2007). En el caso de los mapas parece primar un “ver”, es decir, el conocimiento de un orden de los lugares, mientras que en el recorrido predomina el “ir”, las acciones espacializantes. Más allá de esta distinción, que nos permite realizar una primera aproximación, aquello que nos interesa analizar aquí es precisamente la relación entre el “hacer” y el “ver”, entre el itinerario y el mapa, dirá De Certeau: “entre dos lenguajes simbólicos y antropológicos del espacio. Dos polos de la experiencia” (2007: 132).

En el orden de los mapas, es decir, de aquellas cartografías en las cuales prima el “ver”, los jóvenes optaron por dibujar el espacio barrial “desde arriba” o tomar como base una captura del Google Maps. En ambos casos, con la presencia de la Av. Gral. Paz ubicada como límite/frontera a la derecha de la cartografía, focalizan la mirada en el “triángulo” que da forma al barrio, y localizan o identifican con círculos y cruces hechos de “violencia por parte de un policía”, “hecho violento de robo”, “intento de robo que acaba en disparos” y “robo con violencia a compañero”, entre otros. 

Resulta sugerente que en ambos casos los jóvenes hayan identificado diferentes instituciones y realizado distintos “recortes” espaciales en función de las mismas. En un caso, la escuela y el Cementerio Israelita; en el otro, la Comisaría. Convocados a narrar sus mapeos, en el primer caso dieron cuenta de que “la parte trasera” del cementerio constituye un lugar de control policial permanente en el cual, especialmente por las noches, los policías “se zarpan”, “te prepotean”, “te pegan”. Emerge así una presencia espacial de las fuerzas de seguridad que, cual frontera, interrumpe el itinerario, la movilidad, de estos jóvenes en sus recorridos. Presencia que debe analizarse en el marco de la proliferación de la cantidad de puestos policiales de control en la zona a lo largo de los últimos años: puestos de control permanentes en Carlos Morel y Av. Gral. Paz (PFA y Policía de la Ciudad), Av. Rivadavia y Gral. Paz, Centro de Monitoreo en la Terminal de Ómnibus de Liniers (julio 2019), aumento de la presencia policial en las calles, especialmente en la zona de Liniers, y sobre comerciantes, en su mayoría de origen boliviano, por “invasión del espacio público”. A estos hechos debemos sumar el violento desalojo de la feria de Liniers en enero de 2018.

En ambas cartografías, podemos decir que hay “un hacer que permite un ver” (De Certeau, 2007: 132), una experiencia de los jóvenes en la ciudad que da cuenta, también de modos de recorrerla y de conocimientos asociados a ese itinerario, a esa actividad (Ingold, 2000), que se despliega cual una cadena de operaciones espacializantes. En uno de los casos, la identificación de los “robos” o “intentos de robo” cobra sentido espacial ante la presencia cercana de la Comisaría. Es esa trama de presencias/ausencias la que permite comprender la connivencia de la policía con el delito que el mapa nos quiere “hacer ver”. Estas cartografías también nos hablan de lugares de socialización y pertenencia: la escuela y el gimnasio. Las narraciones de los robos cercanos a la escuela nos permiten pensar en espacialidades en tensión, como si una cosa no pudiera o no debiera suceder cerca de la otra: “Hasta nos roban en la esquina de la escuela” (Registro áulico, 2019).

Si entre los siglos XV y XVII los mapas fueron perdiendo las huellas de aquellos recorridos que los hicieron posibles, la producción de cartografías narrativas en la actualidad nos permite poner en acto las actividades que constituyen su condición de posibilidad. Las cartografías, en este sentido, articulan prácticas espacializantes, ponen en acto ciertas experiencias de la ciudad que, de otro modo, permanecen ocultas, invisibles a la mirada del Estado. Otras cartografías narran los itinerarios de dos jóvenes a través del barrio. 

En estos casos, las fuerzas de seguridad también están presentes con un accionar que ellos identifican con el ejercicio de la violencia institucional. En un caso deteniendo el movimiento del joven que iba a buscar a sus hermanos a la escuela, en el otro, negando su ayuda ante un incendio y forzando el desplazamiento de la joven hacia la Comisaría ubicada “del lado” de la provincia de Buenos Aires. En estas cartografías, la perspectiva cambia y se acerca a la mirada de quien transita por la ciudad, incluso se pueden ver sujetos y lugares dibujados al detalle. La Av. Gral. Paz vuelve a estar fuertemente presente en uno de los casos, nuevamente como límite/frontera/excusa para no intervenir, incluso ante un intento de suicidio y un incendio. 

Los espacios de socialización marcados en estos casos son diferentes, aparece “mi casa”, “la casa donde vivo yo”, “el kiosco”, “la casa de un amigo”, “la casa del insidente” y la “Terminal de Colectivos”. Además, ambas cartografías narran recorridos en los cuales priman acciones o actividades: “caminar”, “correr”, “buscar”, “pedir ayuda”. Actividades que, tanto en su hacer como en el narrarse, crean espacialidades, es decir, pueden ser concebidas como “fabricaciones de espacios” (De Certeau, 2007: 134) y abren nuevos senderos para pensar las formas en que estos jóvenes “hacen” la ciudad.La violencia que experimentan al recorrer la ciudad puede pensarse a partir de la noción de “llevar el territorio a cuestas” (Segato, 2007: 79). Son las marcas “en la piel” de culturas negadas. y de una experiencia del cuerpo como “una manera de presencia en el mundo, en el mundo físico, y en el mundo social y en sí mismo” (Sayad, 2010: 268), es decir, de una experiencia del cuerpo como territorio que se enlaza con la experiencia de sus múltiples viajes, de esos territorios habitados, narrados, olvidados y también vividos como extraños, peligrosos y ajenos, que a fin de cuentas hablan de ellos mismos, y de su ser joven en el mundo: de sus “maneras de habitar” el espacio en y desde la movilidad. Movilidad que habla de desigualdades espaciales y que es preciso pensar analizando en profundidad la dimensión histórica, política, social y espacial del contexto concreto en el cual se despliegan. En este sentido, debemos tener presente que se trata de situaciones que, desde enero de 2017, se han visto agravadas por el intento del gobierno argentino de modificar, a través de un decreto de necesidad y urgencia, la Ley de Migraciones 25.871, producto de años de lucha colectiva por una ley de migraciones democrática. El resultado ha sido una política de selectividad, que pone a las personas en permanente sospecha y que, junto con el accionar de los medios de comunicación, produce efectos concretos sobre imaginarios y subjetividades (Pacecca, 2017). En el caso de Ciudadela-Liniers, esto se ha visto reforzado por el aumento de la presencia de las fuerzas de seguridad en la zona a lo largo de los últimos años, aspecto que analizaremos más adelante.

 6. REFLEXIONES FINALES: SOBRE MAPAS Y RECORRIDOS

A lo largo de este escrito analizamos la producción de dispositivos cartográficos y gráficos diversos en el ámbito escolar como modalidades visuales de representación y comunicación de diferentes formas de concebir y habitar el espacio, fundamentalmente, barrial, las cuales, como toda cartografía conlleva una función performativa. 

En este sentido, nos hemos propuesto reconstruir “el hacer que habilita el ver” que se plasma en las cartografías narrativas de este grupo de jóvenes. En este ejercicio analítico hemos registrado que los jóvenes recorren el barrio de múltiples formas, fabricando diversas espacialidades y temporalidades urbanas que tienen un denominador común: la experiencia del barrio como un lugar peligroso. Experiencia que emerge del espacio vivido, de sus formas de apropiarse de la ciudad y de las actividades que allí tienen lugar. En el marco de la investigación que con ellos estamos realizando, la categoría de violencia institucional ha permitido modificar la lente del análisis y pasar de pensar el peligro como inseguridad a comenzar a verse a sí mismos como víctimas de la violencia estatal. Podemos decir que ya sea por “la gente en general” o por parte de las fuerzas de seguridad, el peligro que narran se encuentra asociada a la experiencia de “sentirse fuera de lugar” en la ciudad. Y allí hemos analizado cómo se enlazan diferencias étnicas, nacionales y de clase que se erigen en formas de marcación, señalamiento, discriminación y estigmatización.

Por último, cabe señalar que este trabajo se enmarca en un proyecto más amplio que pretende contribuir al estudio de los modos en los cuales la cartografía social o el mapeo colectivo constituyen un modo de producción de conocimiento sobre el territorio “que subvierte el lugar de enunciación desafiando los relatos dominantes sobre los territorios para transformar la invisibilidad de saberes, situaciones y comunidades en relatos colectivos críticos” (Iconoclasistas, 2014: 2). En este sentido, la producción de otras cartografías y representaciones habilita la creación de espacios de reflexión sobre la experiencia de la ciudad y potencia la elaboración de relatos colectivos críticos en donde la reflexión a partir de una cartografía permite articular procesos de territorialización y narraciones que disputan e impugnan aquellos instalados desde diversas instancias hegemónicas de producción de conocimiento sobre la ciudad. 

 

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