3. La visibilidad de lo privado: nuevos territorios de la intimidad

Por Leonor Arfuch
Fac. de Ciencias Sociales/Instituto Gino Germani

Seminario "El nuevo milenio y lo urbano"

Area tematica posible: La sociedad y lo urbano/Dimension cultural

 

 

1. Introducción

 

Pensar lo urbano en el nuevo milenio supone no solamente una compleja progresión estadística sino también -y quizá sobre todo- un ejercicio de imaginación filosófica, científica y hasta novelesca, que no escapa a la tentación oracular. Cada vez más próximo, ese tránsito, fuertemente simbólico, se hipotetiza menos como el simple devenir de lo existente que como la apertura a una transformación radical: osados espacios físicos e imaginarios, revolucionarios avances tecnológicos, nuevas relaciones de poder y de civilidad, reconfiguraciones de lo público y lo privado, cambios en la subjetividad.

: Si la visibilidad de la urbe contemporánea, reduplicada en pantallas e imágenes, hace improbable ese descubrimiento sorpresivo de lo nuevo que impactaba al paseante benjaminiano, el umbral del milenio trata sin embargo de desafiar nuestra capacidad de asombro a través de una escala hiperbólica: ciudades que nacen de nuevo desde los cimientos, como Berlín, otras, atravesadas por el gigantismo arquitectónico o la audacia del diseño, por doquier una obsesiön de exhibición acumulativa (museos, redes, megamemorias, mega-bibliotecas), y también conmemorativa (memoriales, momumentos, homenajes, conservatismos, restauraciones, etc.). Archivo, recopilación, balance, reinterpretación, significantes cuya recurrencia intenta quizá saldar la economía imposible de este siglo -sin pretender ir mucho más atrás- para afrontar con mayor liviandad un salto que, pese a la globalización, se preanuncia desigual y problemático.

En efecto, esa contracara indeseada, que vulnera toda previsión de un desarrollo armónico, racional, que resiste al canto celebratorio de las tecnologías, también se delinea claramente en el horizonte: la radicalización creciente del mercado, la imposibilidad de una gestión equitativa de recursos y riquezas, la acentuación de las diferencias, la multiplicación del conflicto, la tendencia a la exclusión.

Pero hay aun otro aspecto, que es el que nos interesa desarrollar aquí: la visibilidad exacerbada de la comunicación, que nos promete cada día una dosis mayor de realidad -la pantalla local que, según algunos, se ha transformado en el nuevo espacio público/político, y también la global, cuya diversidad aspira al máximo de la representación, alcanzar los confines del mundo conocido. Allí coexisten, de manera simultánea y hasta anacrónica, múltiples relatos e identificaciones, en una oscilación que va de la minucia más intrascendente al acontecimiento más "planetario", a veces, sin solución de continuidad. Allí nos enfrentamos a las múltiples narrativas del yo, que es también decir, al desfile incesante de las diferencias.

Y esa ampliación del horizonte, esa apertura a la otredad -etnias, razas, culturas, identidades, geografías-, va acompañada -sin que esto suponga ninguna relación necesaria-, de una creciente intrusión en el terreno de la intimidad. Una intrusión que no involucra solamente las vidas de políticos o de "ricos y famosos" sino tambien las prácticas de la vida cotidiana, los habitos, consumos, maneras de decir y de ver. Si hace ya tiempo que los límites canónicos entre público y privado se han erosionado, sometidos a todo tipo de experimentacion -política, publicitaria, ficcional, etc.-, una especie de vigilia regulativa de las costumbres acompaña el despliegue de las narrativas personales y mediáticas en las que se (de)construye nuestra subjetividad.

Así, en el ojo visor de las cámaras, secretas o no, en la persecusión incansable de la anécdota, en el relato espontáneamente motivado de la (propia) experiencia, no solamente se juega nuestra vieja tentación de voyeurismo sino el también viejo mecanismo de la modelización, en su vaivén indeciso entre liberalización y control. Dicho de otro modo, y recordando una expresión de Norbert Elías, cuanto mayor es la exhibición pública de lo privado, del universo afectivo y pulsional, más se refuerza, como correlato, la vigilancia del cuerpo social .

Desde esta óptica, y lejos de constituir un mero recurso del rating, la explosión de intimidad mediática, que va desde la televisión a la Internet, sin obviar ningún género discursivo, podría pensarse como una verdadera reconfiguración de la subjetividad contemporánea, cuya previsión para el próximo milenio es tema de ciencia y de ciencia-ficción (vidas portátiles, intercambiables, identidades clónicas, memorias y sensaciones transferibles, teletransportación, etc.). Pero si bien los dispositivos tecnológicos tienen mucho que ver con ese constante "mas allá" que hace de la vida privada un asunto público -de Lorena Bobbitt al affaire Clinton- no son, por sí mismos, razón suficiente. Es en la constitución del sujeto moderno, en la afirmación de la interioridad como el espacio clásico del autorreconocimiento, como el lugar de expresión más prístina del yo y de la sensibilidad, que es preciso indagar, en una búsqueda de posibles genealogías. Lugar paradójico, donde la escritura autobiográfica, lejano ancestro de las vidas mediáticas, daba nacimiento a lo privado, como territorio de la intimidad, en tanto lo exponía a la visibilidad de lo público.

 

2. Genealogías

 

Pese al "mito de eternidad" que acompaña a la narración de una vida (uno podría pensar así los cuentos populares, la canción de gesta, la novela picaresca, etc.), el surgimiento de los géneros autobiográficos que consideramos "canónicos" tiene una datación histórica precisa -el siglo XVIII-, y hasta un punto de "origen" comúnmente aceptado: Las Confesiones de Rousseau, donde por primera se asumía un "yo"con las tonalidades de la afectividad y se desplegaba, en sus mínimos detalles, la interioridad (la libertad) de un mundo privado como opuesto a la tiranía de lo social. Más allá de sus invocaciones retóricas a Dios, al Lector y a sus enemigos, y de la promesa exaltada de sinceridad, se expresaban allí dos cuestiones fundamentales: la convicción íntima y la intuición del yo como criterio de validez de la razón, y la tensión entre secreto y revelación, entre el desapego virulento de los "otros" (la sociedad, los enemigos, las coductas) y el deseo de su reconocimiento. Doble restricción de la que nunca pudo escapar el sujeto moderno y que esa "rebelión del corazón" de Rousseau, como la caracterizara Hannah Arendt, diera un carácter fundante.

Público y privado se definían así, tempranamente en la literatura, como espacios antitéticos del mundo burgués, que venían a articularse a otros dualismos: sentimiento/razón, cuerpo/espíritu, hombre/mujer. La sensibilidad del sujeto moderno (el "yo siento" como correlato del "yo pienso"), su inquietud de la temporalidad, la invención de la soledad, podríamos decir con Paul Auster, (su dimensión espacial, en la vivienda, su dimensión espiritual, en la escritura) se entretejía en una trama de escrituras -diarios íntimos, autobiografías, correspondencias, novelas epistolares- tan esenciales al afianzamiento del capitalismo -y del individualismo- como las practicas del "raciocinio político". Géneros literarios que, por otra parte, ponían de manifiesto el carácter esencialmente paradójico -que quizá hoy llamaríamos indecidible- de la separación entre ambas esferas: la configuración misma de lo privado sólo podía adquirir existencia a través de su despliegue ante los otros.

Sobre este despliegue, sus peculiares condiciones de posibilidad, sobre la constitución histórica de la categoría de público se ha escrito mucho (Habermas, Ariès/Duby, Chartier, Darnton, etc.)1. La circulación literaria a través de distintas vías (libros, periódicos, folletos, literatura de cordel, cartas), aportó a la conformación de un "raciocinio literario" a través de la discusión y el intercambio grupal en salones, clubes, cafés, casas de refrigerio, en definitiva, una verdadera gestión colectiva (y burguesa) de la interioridad emocional.

Qué se expresaba prioritariamente en esas escrituras? La pasión amorosa, la exaltación sentimental, el desahogo del corazón, el asombro frente a emociones nuevas, como por ejemplo, la amistad, la contrariedad, el despecho, los umbrales del decoro, lo permitido y lo prohibido, la singularidad frente a una familia cambiante, una moralidad menos ligada a lo teologal, en definitiva, una nueva idea de libertad del pensar, el hacer y el sentir. La necesidad dialógica de esta experiencia se manifiesta asimismo en una especie de furor epistolar: cartas entre amigos, para ser publicadas en los periódicos, cartas de lectores, cartas literarias, novelas epistolares con visos de autenticidad (cartas, manuscritos verdaderos).2

Si hubiera que definir en pocas palabras el efecto de sentido de estas prácticas, podríamos hablar tanto de veridicción como de autenticidad: a través de la primera persona, el narrador se presentaba como garante de sus enunciados, una especie de testigo de la verdad de la experiencia ("esto me pasa a mí"), aportando al juego especular de auto/reconocimiento e identificación.

 

3. Figuras de lo contemporáneo

 

Qué queda de aquellas inflexiones, de aquellas primeras retóricas de la subjetividad moderna? Casi nada y casi todo, podríamos decir, depende del punto de vista. Nada, si pensamos en la sinceridad exaltada, al estilo Rousseau, o en la promesa de una verdad absoluta en el relato de la propia vida. Los desarrollos de la lingüística, la teoría literaria y el psicoanálisis, así como el propio devenir de la ficción, que ha trabajado justamente en la confusión de los límites, han conspirado contra tales creencias: nos han desengañado de la ilusión de transparencia, de la verdad como adecuación referencial, de la intencionalidad y hasta de la identidad . Ya no somos tan proclives a creer que quien habla de sí mismo pueda contar la versión más auténtica de la historia, que el (propio) decir conlleve necesariamente la espontaneidad y hasta podemos dudar de que la "vida", como una entidad inteligible, exista en algún lugar por fuera del relato.

Sin embargo, desde otro ángulo, podríamos decir lo contrario. En efecto, aquella inmediatez de la experiencia que distinguía al yo de autor de otras formas de escritura y de ficción, esa coincidencia existencial, "en la vida", del sujeto del enunciado y el de la enunciación, ese "contrato de identidad sellado por el nombre propio", como garantía de autenticidad para el lector, al que Philippe Lejeune (1975) llamó " el pacto autobiográfico", no solamente no ha perdido su vigencia sino que está hoy, si nos atenemos a su proliferación mediática, más firme que nunca.

En efecto, el "yo"de la escritura, atestiguado en la inscripción gráfica, al que toda la experimentación literaria de este siglo se encargó de perturbar, enmascarar, subvertir (desdoblamientos de la identidad, autobiografías apócrifas, autorías fraguadas, trampas, acertijos), fue atrapado en la reduplicación de la imagen: el derecho de autor se tornó derecho de escuchar, de ver, de conocer al autor, de lograr una intimidad con él, más allá del carácter de su obra. Se consumó así, en nuestra sociedad mediatizada, el concepto foucaultiano de autoría, el deber de "hacerse cargo de lo dicho, aun en el inquietante mundo de la ficción, pero articulado a la propia vida, a la experiencia personal que lo vio nacer". No importa entonces hoy si la obra de alguien es autobiográfica: se transformará irremisiblemente en tal a través del contacto, las entrevistas, las apariciones, las historias "reales" que la máquina periodística le obligará a contar.

Pero no solamente nos interesará la vida del autor (artista, cineasta, videasta, etc) como creador de otras vidas diversamente ficcionalizadas, sino la de cualquier mortal. En el escenario contemporáneo, lo sabemos, no hay límite a la voracidad por las vidas ajenas: biografías autorizadas o no, autobiografías, autoficciones, novelas autobiográficas, memorias, testimonios, artes biográficas, historias de vida, una vuelta sobre los diarios íntimos, las correspondencias, los cuadernos de notas, de viajes, los borradores, los recuerdos de infancia, los innumerables registros de la entrevista -desde la investigación al espionaje o el gossip-, conversaciones, retratos, perfiles, anecdotarios, indiscreciones, confesiones propias y ajenas, viejas y nuevas variantes del show -talk show, reality show-, la video política.. y hasta los andariveles de la investigación y la escritura académicas. Cada vez más interesa la palabra del actor social, se multiplican las entrevistas "cualitativas", se va tras los relatos de vida, se persigue la confesión antropológica o el testimonio del "informante clave". Pero no sólo eso: también asistimos a ejercicios de "ego-historia", a autobiografías intelectuales, a la narración autorreferente de la experiencia teórica y también a la autobiografía como materia de la propia investigación, sin contar la pasión por los diarios íntimos de filósofos, poetas o científicos. Y, hay que decirlo, a veces no hay muchas diferencias de tono entre estos ejercicios de intimidad y los que nos depara diariamente la televisión.

Qué pasión dialógica impulsa tanto a la mostración del "yo", al desnudamiento, como a este consumo adictivo de la vida de los otros? Qué registro de lo pulsional y lo cultural se juega en esta dinámica sin fin? Ni la acusación de voyeurismo ni los viejos o nuevos conceptos de manipulación (la idea de manipulación sin manipulador, como inercia maquínica), parecen agotar la posibilidad de interpretación..

Una respuesta posible proviene del campo de la teoría literaria: las formas discursivas tan diversas que hemos enumerado comparten lo que el pensador ruso Mijaíl Bajtín (1982) llamó el valor biográfico. Un valor biográfico no sólo opera como un principio organizativo de la narración sobre la vida de un otro sino que además (cito) "ordena la vivencia de la vida misma y la narración de la propia vida de uno, este valor puede ser la forma de comprensión, visión y expresión de la propia vida". Aparece aquí la idea de una constitución dialógica del sujeto y de la subjetividad, así como la necesidad narrativa de dar forma y proponer un orden a lo que no lo tiene por sí mismo: la "vida" no es sino el flujo simultáneo, fragmentario, superpuesto, de sensaciones, imágenes, memorias .... No por azar la vida como motivo, artístico, literario o filosófico, lugar de coordenadas espacio-temporales y afectivas, (la vida buena aristotélica, la vida ideal, los modelos de vida), es quizá el más remoto y universal.

Como señalábamos más arriba, la instauración del autor (y por supuesto, el actor, la estrella, el político, el científico, todo el espectro de posiciones relevantes de la sociedad), en tanto figuras mediáticas obligadas a hablar de su vida privada (en diverso grado y profundidad) y la más reciente incorporación del hombre y la mujer común en audiencias televisivas, talk shows, etc., ha ampliado considerablemente ese valor biográfico, invistiéndolo de nuevos (y efímeros) sentidos.

Se juegan aquí los imaginarios de la época, las figuras de héroe, de éxito, la representación social, las trayectorias, las vidas deseables o imposibles, las caídas, toda una ética de la cotidianeidad, modos de empleo, usos y costumbres, un verdadero mapa de la adecuacion sentimental (los "buenos" y "malos" sentimientos), terapéuticas del cuerpo ( y del "alma") y de la sexualidad, identificaciones, mitos, ritos, emblemas, valoraciones, infracciones.... Narrativas que dibujan esa tensión entre destino (o azar) y decisión, sin duda el dilema de toda existencia, aportando un saber -en cierto modo, una forma ejemplarizadora- en cuanto al propio protagonismo. Casi no es necesario señalar el mínimo paso que separa el "ejemplo" del ideologema.

Pero este terreno de límites difusos, que se resiste a las taxonomías (imposible separar lo biográfico de lo autobiográfico, no sólo por el carácter igualmente ficcional de ambos registros 3, sino además por el proceso polifónico de la producción mediática, donde en realidad, nunca hay un sólo enunciador), no se agota en la mediatización. El valor biográfico también está presente en la investigación social, en la búsqueda de aquello que sólo puede ser conocido y atestiguado en una narrativa personal. La vivencia y la experiencia, la peculiaridad de una vida, de una inserción en el mundo que por alguna razón es significativa para el científico, está atravesada por ese valor, aunque a posteriori, por las reglas de algún método, las palabras se volatilicen, se las reduzca a números en un casillero, a datas, a meras glosas, en definitiva, aunque a esos otros, en realidad, se les corte la palabra.

Otra posible respuesta a los interrogantes que formuláramos, viene del psicoanálisis, sobre todo, de la concepción lacaniana del sujeto: la idea de un "puro" antagonismo como autoobstáculo, autobloqueo, límite interno que impide al sujeto realizar su identidad plena y donde el proceso de subjetivización -en el cual las narrativas del yo son parte esencial-, no será sino el intento, siempre renovado y fracasado, de "olvidar" ese trauma, ese vacío que lo constituye (Zîzêk:1989). Dicho de otro modo, en tanto el sujeto es incompleto, sólo puede encontrar una instancia superadora de ese vacío en actos de identificación. Estos actos son múltiples, pero la identificación con un otro y con la vida del otro es quizá el más "natural", en tanto replica las identificaciones primarias, parentales.Y si bien las vidas ofrecidas a la identificación en el marco de la cultura se reparten en un universo indecidible entre ficción y no ficción, hay sin duda un suplemento de sentido en las vidas "reales" en tanto atribuíbles a una persona, ése que la literatura, el cine, la televisión y todas las redes mediáticas, incluída la Internet, se empeñan, incansablemente, en pregonar.

En efecto, podríamos encontrar hoy un valor mediático más fuerte que la "vida real", lo "verdaderamente" ocurrido, experimentado, susceptible de ser atestigüado por protagonistas, testigos, informantes, cámaras, micrófonos (secretos o no), grabaciones, entrevistas, paparazzi, desnudamientos, confesiones?

 

4. Recapitulaciones y tentativas

 

Quizá sea justamente el valor biográfico, tan relevante para pensar dialógicamente los procesos de subjetivización/identificación, el que permita establecer una cadena de equivalencias entre las formas narrativas disímiles enumeradas anteriormente, aportando una matriz de inteligibilidad..

Desde esta óptica, la abrumadora repetición biográfica en los medios, o más bien, la diferencia en la repetición, ese desfile incesante de la anécdota que muestra y vuelve a mostrar lo mismo en lo otro, no haría sino (re)poner en escena todo lo que falta para ser lo que no es (produciendo paradójicamente un efecto de completud), al tiempo que permite recortar aquello reconocible como "propio", hacer visible la decisión y, esto es esencial, mantener siempre abierta la cadena de identificaciones - Paul Ricoeur podría llamar a esto, la ipseidad, es decir, la identidad como apertura a lo otro, lo diferente 4-, como una promesa de lo por venir (aunque en verdad nunca vaya a consumarse), aquello que puede operar una dislocación, una inversión radical, el acontecimiento. Si en política esta figura se identifica con el mesianismo, acaso la espera del acontecimiento (el Mesías de cada quien) no es quizá la tensión más persistente de la vida?

Habría seguramente otros componentes a tener en cuenta ante un fenómeno que en definitiva no es nuevo aunque sea actual: tal vez, lo perturbador de esta insistencia vivencial, de esta compulsión de realidad que se manifiesta aun en el orden de la ficción, sea su exceso, el hecho de infrigir (y reconfigurar) constantemente los límites. Exceso de proximidad, de directo, de inmediatez, de corporeidad: obsesión de la presencia, para decirlo con palabras de Derrida (1996), que aunque nunca pueda ser completa, por recortarse sobre algo diferente que está ausente, buscará quizá un anclaje momentáneo y siempre renovable en la unidad imaginaria del sujeto.

También podría postularse que la atracción biográfica, que puede llegar a producirnos un rechazo absoluto la revelación más descarnada de la intimidad -la "confesión" de Clinton franqueó recientemente un nuevo límite- opera compensatoriamente ante el imperio de las tecnologías y el radical alejamiento que producen (del cuerpo, de las relaciones interpersonales, de toda idea de "original"), esa dislocación extrema de la temporalidad, la autoría, el texto, la imagen, la localización, el archivo.

 

5. Epílogo

 

Esta subjetividad desatada de lo íntimo/privado en lo público, podría quizá leerse, en cuanto a lo político, como el cumplimiento fiel de ciertas profecías desesperanzadas de la segunda mitad del siglo: una pérdida del ideal político y de la acción humana en aras de una sociedad de conformismo y banalidad, aferrada a las pequeñas cosas y procupada por la conducta, donde la lógica doméstica se ha transformado en razón de estado, como lo veía Hannah Arendt en los ‘50. O el declive definitivo del hombre y la cultura públicos -como pronosticara Richard Sennett veinte años más tarde-, en aras del carisma, de la personalidad del político que ofrece su vida privada como tributo a las masas y se "vende" cual un producto en la escena mediática. También Habermas, ya en los primeros ‘80, consideraba seriamente afectado el espacio de lo público como lugar de opinión y raciocinio político, por una intromisión cada vez mayor de los medios en la privacidad de candidatos y funcionarios, cuya peripecia personal generaba mayor intererés que lo programático.

Desde la lógica de la falta y de los procesos compensatorios de identificación/subjetivación que esbozamos, y sin renunciar a una interpretación en términos políticos, quizá podría hipotetizarse que lo que aparece como exceso, desborde, infracción de límites, se correspondería con la pérdida: de certezas, de valores, de los fundamentos que el universalismo proveyó hasta su paulatina descomposición (llámese a esto "posmodernidad", fin de los grandes relatos o de los Sujetos con mayúscula, fin de los bloques antagónicos, explosión de las diferencias, etc.). También podría pensarse, invirtiendo el signo, en una búsqueda de mayor autonomía, en un rechazo a la fijación identitaria y por ende, en una afirmación de la propia posibilidad de elección y decisión, no sólo en lo "personal" (aunque se remita, especularmente, a ese registro), sino también en lo que hace a la constitución de identidades colectivas: recordemos el célebre adagio feminista de "lo personal es político". Pero, y aun si se está en desacuerdo con el estado de las cosas, con ese desbalance hacia la "cultura de la privacidad", como la llamara Derrida, quizá habría que desplazar los términos de la vieja antinomia.

En efecto, quizá desde siempre, pero sobre todo ante la dinámica actual de los medios, la distinción neta entre público y privado es indecidible: a cada momento, el límite hipotético de las incumbencias respectivas es desbordado, en una u otra dirección. Porque no solamente se da apertura irrestricta a la privacidad -por opción, como es en general el caso de ciertos mecanismos mediáticos, como los talk shows, o a pesar de, como ocurre con la grabación de cintas y videos "no autorizados", cámaras secretas, etc.- sino que también se produce sistemáticamente el ocultamiento de lo que se supone público en el imaginario de transparencia de la democracia. El escenario político de la Argentina es un buen ejemplo de esta condición paradójica: por un lado, parece haber vía libre para la visibilidad de lo privado, por el otro, hay una especie de resistencia, de oquedad del poder, donde no se sabe si se sabe, donde incluso se da la persistencia del secreto a voces, se sabe, pero igualmente nada ocurre en consecuencia.

Por otra parte, hay algo verdaderamente privado en la configuración de la intimidad? Aunque se trate de un territorio reservado a ciertas prácticas y aun, confinado bajo las reglas del pudor, ha sido sin embargo desde el comienzo terreno conquistado por el "proceso civilizatorio" (Elías: 1991), es decir, por la creciente modelización social: una figura sigilosa, el autocontrol, vino a remplazar el control por la fuerza, señalando inclusive los límites posibles del descontrol. Es más, si la mostración de las conductas operó siempre como reinstitucionalización catártica de limites, hoy más que nunca pareceríamos sometidos a una verdadera gestión pública de la intimidad.

Quizá, lo único privado no tenga que ver ni con el ocultamiento ni con el secreto, sino con la experiencia de lo indecible, esa soledad del existir que según Lévinas (1979) es irreductible, ese único momento de incomunicabilidad de un sujeto esencialmente dialógico: el ser "sin puertas ni ventanas", ante el acontecimiento del ser.

Pero aun así el sujeto intenta salir, "engañar" su soledad -sobre todo, a través de la pasión erótica y la experimentación de los placeres-, entablar el diálogo sobre aquello que sí pueda contarse. Esta reflexión se puede articular casi naturalmente al pensamiento dialógico de Bajtín, que está en la base de su "valor biográfico", a ese vaivén que no remite solamente a la forma lingüística particular o al modelo canónico de la comunicación "cara a cara", sino a nuestra relación con el mundo, a la dinámica de lo social, al propio trabajo de la razón. Si el sujeto está conformado y atravesado por la otredad, si toda enunciación es siempre una respuesta, esa "responsividad" hacia un otro para y por el cual se habla, está muy cerca de la responsabilidad. Sin asumir el carácter fundante de una "filosofía primera", como es el caso de Lévinas, el dialogismo bajtiniano -que también supone una ética de la responsabilidad- puede ser altamente inspirador para pensar de otra manera ese paso -ese salto, quizá- que lleva, en nuestras sociedades de profunda desigualdad, del "yo" al "nosotros", sin suponer que se trata de dos universos separados. Un "nosotros" no como simple sumatoria de individualidades, sino en articulaciones que puedan hegemonizar (aun temporariamente) algún valor compartido y trascendente, como por ejemplo, la justicia 5. Esa sería quizá, parafraseando a Italo Calvino, una buena propuesta para el próximo milenio 6.

 

Bibliografía

Arendt, H. (1974) La condición humana, Barcelona, Seix Barral

Ariès Ph. y Duby, G. (comps.) (1987) Historia de la vida privada, Madrid, Taurus, tomo 5,

Bajtin, M. (1982) Estética de la creación verbal, México, Siglo XXI, pag. 274.

Calvino, I. (1992)Seis propuestas para el próximo milenio, Madrid, Siruela

Derrida, J. (1996) Ecographies de la télévision, Paris, Galilée

(1997) "Notas sobre deconstrucción y pragmatismo"en Mouffe, Ch. (comp) Deconstrucción y pragmatismo, Buenos Aires, Paidós

Elías, N. (1991) La société des individus, Paris, Fayard

Habermas, J. (1981) Historia y crítica de la opinión pública, Barcelona, Gustavo Gili

Lejeune, Ph. (1975) Le pacte autobiographique, Paris, Seuil,

Lévinas, E. (1979) Le temps et l’autre, Paris, PUF Quadrige

Ricoeur, P. (1985) Temps et narration, Tomo 3, Paris, Seuil, pag. 374

Sennett, R. (1978) El declive del hombre público, Barcelona, Península

Zîzêk, S. (1989) The sublime object of ideology, London, Verso

Notas

1 Nos referimos en particular a la obra clásica de Habermas Historia y crítica de la opinión pública (1981), a La historia de la vida privada, compilada por Ph. Ariès y G. Duby, especialmente el tomo 5, La gran matanza de gatos y otros episodios de la cultura francesa, de R. Darnton, y El mundo como representación, entre otros, de R. Chartier.
2 Es la época de la Pamela de Richardson, (1774) ,el Robinson Crusoe de Dafoe, Las relaciones peligrosas, de Choderlos de Laclos, etc.
3 Para Bajtin no hay diferencia sustancial entre biógrafo y autobiógrafo, en tanto ambos realizan un proceso de objetivación e identificación. Por otra parte, y esto es un "dado"de la teoría literaria, tampoco hay relación "directa" entre la experiencia del sujeto empírico y la creación literaria o artística.
4 Paul Ricoeur define la identidad narrativa como un intervalo entre el polo de la mismidad (idem, el mismo) y el de la ipseidad (el sí mismo), este último, según el modelo de puesta en intriga del relato narrativo (la peripecia, las transformaciones en el tiempo que sin embargo permiten saber que se trata del mismo personaje) . Al tomar este modelo lo hace con todas sus implicancias: un modelo "universal", transcultural, impregnado de valoraciones éticas y que supone, como toda forma una puesta en sentido. Contar una (la propia) historia no responderá entonces solamente a un intento de atrapar una referencialidad abstracta, acuñada como huella en la memoria, sino que será constitutivo de la dinámica misma de la identidad: "no tenemos ninguna posibilidad de acceso a los dramas temporales de la existencia por fuera de las historias contadas a ese respecto por otros o por nosotros mismos". Es a partir de un "ahora" que cobra sentido un pasado, correlación siempre diferente -y diferida, sujeta a los avatares de la enunciación. Historia que no es sino la reconfiguración constante de historias, divergentes, superpuestas, de las cuales ninguna puede aspirar a la mayor "representatividad" (dicho de otro modo: en tanto ningún significante puede representar totalmente al sujeto, está siempre abierta la cadena de significaciones e identificaciones). Esta concepción plural de la narrativa se torna inmediatamente política: si es relevante la postulación de un origen, un devenir, figuras de héroe, pruebas cualificantes, valoraciones, modelos, también lo será la percepción de los pequeños detalles, las tramas marginales, las voces secundarias, aquello que, en lo particular, trae el aliento de las grandes corrientes de la historia. (Ricoeur, Paul: 1985)
5 Retomamos aquí un planteo de Derrida en cierta referencia a Lévinas, en cuanto a que la justicia, como valor no deconstruíble, operaría como límite (trascendente) de la deconstrucción (la idea de justicia, no la justicia realmente existente).( Derrida, 1997)
6 Nos referimos a ese ya clásico texto de Calvino, Seis propuestas para el próximo milenio (1992)

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